lunes, 4 de abril de 2016

JUANITA, LA OVEJA-PERRO

Sin duda esta Fabúla real, autentica y por demás tierna como sus protagonistas, nos invitan a pensar  y repensar como se ha perdido la esencia y cultura de nuestros antepasados y como hoy vivimos en un mundo consumista y por demas egoista, donde nuestro hijos se maduran biches y el encanto de la naturaleza, de nuestro campo ha desaparecido y con él los principios y raices; todo convertido hoy en  un sueños para quien tuvimos la suerte de vivir esa etapa y que la nueva generación solo conocerá si por equivocación leen este cuento escrito por mi querida amiga Victoria Torres,  de manera dulce e ingenua.      
JUANITA, LA OVEJA - PERRO


En una provincia, muy lejos de la ciudad, pero muy cerca de las montañas,  vivía una  niña llamada Valentina, tenía cabellos claros y ojos color miel, todo el tiempo pensaba en divertirse, compartía su casa con su mamá, y cinco de sus doce hermanos, bueno sí, era una familia numerosa, con decirles que ella ocupaba el número 11 de la docena, le gustaba jugar con su hermanito menor, llamado Nicolás, salían explorar y disfrutar de la vida en el campo.
No vivían allí solo ellos, también había un gato llamado Negro, un perro llamado Chocolate y una lora llamada Roberto, entre muchos más animales que hacían de aquella vivienda un lugar un poco bullicioso; ella amaba los animales y todo el tiempo estaba pendiente de ellos mucho más que los demás miembros de la familia.
Sus hermanos mayores, ya no vivían con Valentina, algunos ya se habían casado y se habían mudado a la ciudad o a otras provincias, cuando venían a la casa siempre les traían un  regalo a los hermanos menores, un día les trajeron un perro, otro día dos patos, que luego resultaron ser patas, y así cada que uno de ellos regresaba, había mucha alegría en el hogar de esta niña, pues siempre le hacía feliz que sus hermanos vinieran a visitar.
De todas sus hermanas había dos muy especiales, Rosita y Stella, un día Stella asomó por el camino con algo en los brazos, mejor dicho, con alguien, la niña salió a su encuentro llena de alegría, y al acercarse, casi que con un poco de miedo,descubrió que era un animalito muy pequeñito, de color marrón y que hacía un sonido muy gracioso;  con mucha ansiedad esperó a que llegaran a la puerta de la casa y su hermana lo pusiera en el piso para mirarlo mejor, todos se acercaron y lo rodearon y cada quien opinaba con respecto a aquel ser indefenso que se veía asustado por tanto ruido.
La mamá de Valentina, les explicó que era una oveja bebé y que debían cuidarla mucho, necesitaba leche y abrigo; todos corrían a buscar cosas que le pudieran servir, la mamá consiguió una gran botella de cristal con un chupo para poder alimentarla, el hermanito de Valentina, Nicolás,  consiguió una caja de cartón para que allí durmiera y Valentina encontró una cobija para abrigarla, además la mami de los niños dijo a todos que a la ovejita le llamarían Juanita; desde ese día las cosas cambiaron por completo en la casa y hasta en la provincia.
El nuevo miembro de la familia, se robaba la atención de todos, los vecinos vinieron a conocerla y los niños se peleaban por alimentarla o pasearla, Juanita fue creciendo muy rápido;  Valentina intentaba enseñarle cómo comportarse, por supuesto que a Juanita no le interesaba aprender buenas costumbres, solo corría, comía y bueno, hacía sus gracias por el piso sin ningún control.
Juanita se convirtió en la mascota de Valentina, ella la alimentaba con biberón aun siendo tan grande que ya le llegaba hasta más arriba de la cintura, le crecía mucha lana y su mami se la recortaba para que no le diera mucho calor, ella vivía dentro de la casa, no era una oveja cualquiera, acompañaba a Valentina al río, a traer leña, a la tienda y la seguía hasta la escuela; se hizo amiga de todos los niños y esperaba que la campana sonara para salir a jugar con ellos al recreo,  la querían mucho y la cuidaban, cuando la campana volvía a sonar porque terminaba el descanso, ella esperaba a la niña fuera del salón para irse a la casa.
A Juanita le gustaba comer de todo, lo que come cualquier animal en una granja, solo que siendo tan especial esta oveja, también se comía los forros de los cuadernos, los libros, los cables, y hasta  las muñecas de Valentina y sus hermanas, al parecer, ella se creía más perro que oveja, su comportamiento era totalmente distinto a lo que se espera de las ovejas comunes, ellas no entran a las casas, se la pasan comiendo hierba, además duermen afuera o en un establo, Juanita era diferente, muy diferente.
El techo de la casa quedaba muy cerca de una barranca donde crecía un árbol y las ramas más altas llegaban hasta las puntas del tejar, la oveja saltaba y subía por la barranca y llegaba al tejado a comer las ramas más tiernas del árbol, Valentina, Nicolás y su mamá se preocupaban siempre que la veían haciendo esto, le gritaban y le insistían que se bajara, pero ella no hacía caso.
Un día de mucho verano, en plenas vacaciones, a eso de las 11 de la mañana, Juanita se encontraba sobre el techo, y de repente se oyó un estruendo, Valentina y su hermanito corrieron asustados y descubrieron a la oveja en la calle tirada, inmóvil y corrieron a llamar a su mamá llorando para que la ayudara.
Cuando su madre llegó, descubrió que La oveja se había lastimado una de sus patas delanteras, al parecer le dolía mucho, los niños lloraban, mientras su mamá buscaba a alguien que los ayudara, un vecino corrió en su auxilio,  cuando él llegó, le vendó la patita y dio instrucciones de los cuidados que debía tenerse, y además que no se debería permitir a Juanita volver a subir hasta el tejado, claro, todos dijeron que así sería, pero habría que ver lo que sucedió después.
La oveja se alivió en el transcurso de tres semanas y en cuanto pudo caminar bien, volvió a subir al tejado, sin que nadie pudiera hacer algo para evitarlo.
Pasado el tiempo, ocurrió de nuevo el accidente, la oveja volvió a fracturarse la misma pata, la volvieron a curar; ya se comía casi todo lo que encontraba, había acabado con los pocos libros que había en la casa, Valentina y su familia estaban cansados de recoger todos sus desastres, la profesora les prohibió que  Juanita fuera a la escuela, porque ya entraba a los salones y por donde pasaba iba dejando problemas, había crecido mucho y todo esto era motivo de preocupación.
Un día, la mami de Valentina les explicó que Juanita necesitaba un lugar más grande, un lugar  donde hubiera hierba que es lo que comen las ovejas, estar con otras de su especie, tal vez tener bebés y muchas cosas más, decidió que Juanita no podía vivir más con ellos y eso entristeció mucho a los niños.
Aunque a Valentina le causó más preocupación que a los demás, trató de entender a su mami, no quería que Juanita se fuera, no quería que la regalaran, no quería que la vendieran, pues no era una oveja cualquiera, era como su perro, su mascota, su oveja-perro, pero debía aceptar lo que decidiera su mamá, por el bien de juanita y de todos.
Se reunieron a tratar de solucionar este dilema, alguien dijo que era mejor que la llevaran a la granja de un tío que vivía muy lejos, otro dijo que era mejor venderla a una señora de una hacienda vecina, y cada quien dio una idea distinta, pero Valentina  solo pensaba en una cosa, que si a Juanita se la llevaban de su lado, sería para un lugar donde pudieran volver a verla; ella pensaba y pensaba qué hacer, rezaba para que a Juanita no le ocurriera nada malo, y mientras, su mamá le insistía que había que buscar una solución inmediata.
Luego de unas semanas, casi como si hubiera sucedido un milagro,  una de las hermanas mayores de Valentina, se mudó a una casita pequeñita pegadita a la casa de los niños, esta casa tenía el espacio perfecto, quedarían comunicada con la casa de Valentina y  todos le suplicaron a su mamá y a la hermana que por favor permitieran que Juanita viviera allí.
Después de muchos ruegos y promesas, la hermana accedió y decidieron que Juanita viviría allí, lo hicieron, y todos los días, Valentina y su hermanito iban a visitarla y jugaban con ella, aunque no era igual que antes, la oveja estaba pendiente de la llegada de los niños cuando volvían de la escuela, la mami de la niña, seguía recortando su lana y la utilizaba para tejerle abrigos que luego le repartían a los niños del lugar.
EL Fin

Victoria Torres 2013

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